El sector de la élite en Cerro de Pasco estaba integrado, al igual que el indígena, por individuos que constituían una “clase económica” muy marcada; eran los mineros propietarios y los dueños de las grandes casas de comercio que, sobre todo a partir de la gran boya de 1840, se establecieron en la ciudad. Pero, además, eran de un grupo étnico distinto, el “blanco”, y esta distinción físico-cultural dio a la élite y la estructura social que ella gobernaba un carácter especial. Ellos percibieron que no sólo era una base económica sino también elementos sociales y culturales los fundamentos de su poder.
Más que como propietarios se cohesionaron como blancos y poseedores de una cultura distinta (y superior), que no sólo los distinguía nítidamente del sector popular sino que los hacía abrigar un temor al mismo.
Fue una élite esencialmente urbana y en muy pocos casos absentista. Fuerade la ciudad y sus órganos de gobierno, su dominio y control sobre los indios era precario.
El campo era percibido como un hinterland salvaje al que no se podía penetrar sin correr grandes riesgos. Las noticias de asesinatos de extranjeros a manos de los indios en pueblos aledaños contribuyeron a forjar este temor a los indios y su mundo rural26. Concientes de su “otredad” y estimulados por su corto número, el sector social dominante de Cerro formó una élite con una cohesión, cuyas eventuales rencillas entre diversas facciones no alcanzó a romper.
El carácter racial de la élite había nacido ya en la época colonial, pero fue reforzado durante el siglo xix por la afluencia de migrantes que vinieron desde Lima, y fundamentalmente, del extranjero.
La élite se compuso, al igual que los indios, principalmente de migrantes, pero inscritos en un movimiento de tipo permanente y no temporal. En las épocas de boya su magnitud decrecía al llenarse la ciudad de indígenas, y en las coyunturas de crisis la misma se incrementaba, al carecer del mismo grado de movilidad que aquellos para dejar la ciudad. El censo de 1876, por ejemplo, registra un 15% de blancos (cifra que, sin embargo, parece presentar una sobreestimación); pero a lo largo del siglo su magnitud no debió exceder del 5 ó 6 por ciento27. En cifras absolutas esto significa poco más de medio millar de personas. Algunos mestizos más próximos a la cultura “blanca” pudieron incrementar algo dicho número; pero los jefes de familia de la élite no debieron sobrepasar un conjunto de más de dos centenares.
Frente a un número tan reducido, las redes de parentesco debieron actuar con eficacia, incrementando el grado de cohesión, como también el de disputas ocasionales.
Hasta la gran boya de 1840 el sector estuvo conformado todavía por los “españoles”, esto es, los mismos mineros de la época colonial o sus descendientes.
Los mineros, decía Tschudi (c.1840) “... son por lo general descendientes de las antiguas familias españolas que en tiempos pasados tenían la propiedad de las minas de las cuales extrajeron sumas fabulosas, ... ” (1966:262). La revolución política de la independencia, consolidada en 1824, significó la expulsión de algunos grandes mineros españoles. Entre los principales podemos mencionar a Juan Vivas, que en 1823 huyó de Cerro de Pasco donde dejó propiedades (que incluían 60 mil cabezas de ganado) por un valor que fue estimado en 300 a 400 mil pesos28; Francisco Liaño, con bienes avaluados en 100 500 pesos; Francisco Avellafuertes y Francisco Goñi, que se refugiaron en el fuerte del Real Felipe29. Se trató sobre todo de españoles realistas; los mineros peninsulares que no se opusieron a la independencia, de un capital más bien mediano o modesto, no fueron afectados. Alguno de ellos optó por cambiar el nombre de su mina: “El Rey”, por “La Patriota”.
La mayor parte del capital de los mineros españoles que huyeron o fueron expulsados era un capital inmueble (casas, minas, ingenios), de modo que fue pequeña la porción conservada como liquidez que pudiera haber acompañado a los mineros realistas en su huida. No existió, en este sentido, descapitalización de la minería cerreña con ocasión de la independencia30. Quienes vinieron a reemplazar a los mineros emigrados y se convirtieron así en los beneficiarios inmediatos de la independencia, fueron algunos criollos, principalmente los que de un modo u otro habían colaborado con la causa emancipadora (caso de Francisco de Paula Otero, quien fue General de Brigada en la Batalla de Junín), aunque haya sido como patriotas “à la dernière”31; y los ubicuos ciudadanos ingleses. De los nueve compradores de las minas que fueron de Juan Vivas en el remate llevado a cabo tras el requisamiento, tres eran ingleses.
La coyuntura de las luchas de independencia abrió un período de movilidad social que permitió a muchos criollos, de origen oscuro, e incluso a algunos mestizos, ingresar como empresarios al sector minero (Mallon, 1980: 17-18). Dicho período, abierto con el arribo de la expedición de Alvarez de Arenales en 1820, se cerraría durante los primeros años de la década siguiente. Salvo aquel hecho y el ingreso de algunos ingleses, no se produjeron mayores cambios en la élite. Esta fue la clase que disfrutaría poco después de la boya argentífera de 1840.
En la década de 1850 se produciría el arribo de la migración europea. Sólo entonces aparecen, en los registros parroquiales de esa época, apellidos europeos no españoles y de hecho desaparece el calificativo “español” para referirse a los blancos. El movimiento fue precedido por los italianos en años anteriores; ya Juan Jacobo Von Tschudi los halló c.1840: “Los comerciantes son en su mayor parte europeos o criollos blancos, propietarios de las tiendas más grandes. La mayoría de los dueños de tiendas, café y cantinas, son aquí, como en Lima, italianos, principalmente genoveses” (1966: 262). Pronto los siguieron los propios españoles, ingleses, austriacos, alemanes y franceses. El censo de 1876 registró, para el distrito de Cerro, 1,6% de extranjeros; con una proporción de siete hombre por cada mujer. Más de una cuarta parte de ellos eran italianos, seguidos de cerca por españoles. Otros grupos importantes eran, en este orden, los ingleses, austriacos, chilenos, asiáticos, alemanes, franceses y argentinos. En el año 1891 un empadronamiento de hombres extranjeros avecindados en Cerro de Pasco volvió a dar, sin embargo, a los españoles la primacía, con 59 personas; seguidos de los austro-húngaros, que desde 1876 habían crecido extraordinariamente, con 53; y los italianos, con 44. Luego seguían grupos muy menores, entre los que destacó el de los chinos, con seis personas33. Como generalidad de los casos estudiados en el proceso de emigración europea a América Latina, los extranjeros llegaron solteros y jóvenes. La edad promedio de los residentes españoles, austro-húngaros e italianos, fue de 36,31 y 38 años, respectivamente. Quince de los 53 austro-húngaros tenían 25 años o menos (descontando inclusive los pocos casos en que se trató de hijos de migrantes mayores); entre los españoles este número era de diez (pero sólo de cuatro entre los italianos). Y al casarse, lo hicieron sobre todo con blancas, seguramente hijas de migrantes europeos más antiguos que pertenecían a la “sociedad europea” que controlaba la estructura cerreña en el siglo xix. De los once novios de raza blanca que entre 1820 y 1900 contrajeron matrimonio en Cerro, nueve lo hicieron con blancas y los otros dos con muchachas de raza no especificada
Casi la mitad de la élite cerreña estuvo pues compuesta en el siglo xix por extranjeros, fundamentalmente europeos. La naturaleza “extranjera” de este patriciado fue un factor importante para la constitución de una estructura social “cerrada”, impermeable virtualmente para efectos del ascenso de los grupos inferiores. No sólo el factor racial se convirtió entonces en un distintivo fuerte de la élite, sino también su participación en una cultura totalmente ajena a la del vasto grupo indígena. Sus superiores condiciones de vida se reflejan en una esperanza de vida al nacer más alta, por ocho años, a la del grupo indígena35. Una mortalidad infantil más baja fue esencialmente el factor que estableció esta diferencia. Además de la raza, otros signos externos de la élite eran el vestido y la vivienda. Ellos usaron indumentaria europea, que se expendía en los bazares principales de la ciudad o era confeccionada a base de tela importada por sastres, frecuentemente extranjeros, establecidos en la ciudad.
Los viajeros que visitaron la ciudad poco después de la independencia encontraron las viviendas, incluso de la gente acomodada, como ruines y miserables37. Pero el proceso paulatino de urbanización, alimentado por las boyas mineras, se expresó bien pronto en el surgimiento de un estilo de vida distintivo de la élite, que prestó especial atención al lugar de residencia: “Las viviendas mejores están bien instaladas y protegidas del frío por chimeneas inglesas;... ” (Tschudi, 1966:261). Hacia 1880, Ernest Middendorf (1973:111/12), luego de haber pasado una primera y mala experiencia en un hotel de la ciudad, no extrañó, en la residencia de un miembro de la élite, las comodidades de Lima, aunque tampoco dejó de percibir la profunda diferencia en las condiciones de vida de blancos e indios:
“Un paisano y acaudalado minero, el señor S., quien se había enterado de nuestra llegada, vino a buscarme y me invitó cordialmente a alojarme en su casa. Después de haber conocido de este modo Cerro de Pasco por su lado malo, llegué a conocerlo también por el lado positivo, pues la casa a la que me llevaron era de buena construcción e instalada como una residencia elegante de Lima, con alfombras, muebles finos, espejos, candelabros y vajilla de plata, en la que nos sirvieron una bien preparada comida, acompañada de excelentes vinos.
“Después de haber reposado algo, hicimos un paseo por la ciudad en compañía del dueño de casa. En la parte central las casas son de dos pisos y algunas bastante bien construidas; se ven muchas tiendas bien surtidas de toda clase de mercadería. En la medida que uno se aleja del centro, las casas son cada vez más pequeñas y parecen chozas. Allí es donde viven los indios mineros, aglomerados casi siempre en estrechas habitaciones”.
Las actividades económicas de la élite fueron fundamentalmente la minería y el comercio. En el sector minero eran los “propietarios” de las minas o sus administradores y mayordomos. Con frecuencia los individuos de una misma nacionalidad se agrupaban para la explotación de una o más unidades de producción, creando así un sistema en que había minas “de los españoles”, “de los austro-húngaros”, etc. En el sector mercantil monopolizaban el comercio de importación y dejaban a indios y mestizos los renglones más modestos del intercambio: “Los comerciantes son en su mayor parte europeos y criollos blancos, propietarios de las tiendas más grandes (...) El pequeño comercio lo realizan los mestizos, mientras los indios se ocupan de la venta de víveres que traen de regiones lejanas” (Tschudi, 1966:262). Tanto en la minería como el comercio, vale decir, los principales sectores de la actividad económica de Cerro, la filiación racial predeterminaba el lugar en su estructura. Más que la mera riqueza era un conjunto de distintivos el que señalaba a los miembros de la élite: la casa, la esposa, el vestido; y en las actividades económicas como la minería y el comercio debía ocuparse ciertas posiciones (propietario o mayordomo, nunca operario de minas; y el comercio de importación y no otros renglones). Por ello los intentos de traer operarios mineros europeos acabaron en el fracaso. Lejos de su ambiente original y confundidos con los indios, ellos, a pesar de su elevado salario, no sólo no desarrollaron las virtudes en el trabajo que se esperaba, sino que además degeneraron en alcoholismo e inútiles para cualquier ocupación39. Los pocos que no cayeron en tal estado desertaron del oficio de operarios y se emplearon en cargos de acuerdo a su raza y origen europeo.
Algunos extranjeros también fueron artesanos o profesionales, y en estas ocupaciones compartieron lugares con mestizos nativos; pero la pertenencia a ciertos gremios, como fonderos (en el que se especializaron los chinos), carniceros o conductores de metales, los hubiera desacreditado socialmente y tendieron a abstenerse de ellos, pues aún la actividad de contrabandistas tenía una mejor aceptación social. Pero sin mayor costo social podían participar en los gremios de abogados, farmacéuticos, sastres, escribanos, hoteleros40 y quizas más dudosamente en los de panaderos (en el que participaron muchos italianos), carpinteros y herreros.
Los miembros de la élite se autotitulaban y eran reconocidos como los “vecinos notables” de la ciudad. Como tales constituían un grupo de presión muy fuerte para efectos políticos. Los extranjeros tenían un órgano de expresión institucional a través de sus consulados. Para finales del siglo xix funcionaban nueve en la ciudad (Pérez Arauco, s/f). Se creó, además, una sociedad de las “Colonias Extranjeras”, que en momentos críticos como el de la ocupación chilena conformaron una guardia urbana “con el deseo de contribuir al mantenimiento del orden público, dentro de la más estricta neutralidad”42. Pero otros órganos no eran exclusivos de los extranjeros y agrupaban a la élite en su conjunto, como la Diputación de Minería, la Sociedad de Beneficencia Pública o diversos clubes sociales. Independientemente de éstos, inclusive, la élite en su conjunto o grupos de ella en caso de división, emitían comunicados o solicitudes de “vecinos notables” o de “comisio popular” cuando las circunstancias lo recomendaban43. Estos comunicados se hacían para respaldar o repudiar a una autoridad, proclamar la adhesión o rechazo a un presidente o caudillo, o con respecto a alguna ley que de alguna manera afectase la ciudad.
CUADRO 7. Resumen general de la Matrícula de Patentes de Cerro de Pasco, 1890
Matrícula de Patentes actuada por el Apoderado Fiscal para el año de 1890. AGN. Libros manuscritos Republicanos. H4-2565.1890.
En las últimas décadas del siglo xix la élite no sólo ocupaba todos los poderes sociales: los organismos culturales, las sociedades de beneficencia44, los periódicos, sino que monopolizaba gran parte del poder político. El Consejo Municipal era totalmente controlado por ella, al ser sus miembros los electores autorizados; eran sus integrantes, igualmente, los que proclamaban los candidatos por la provincia y el departamento para el congreso de la República. Los electores hábiles en Cerro de Pasco eran sólo algo más de doscientos en la última década del siglo. En una ciudad de diez mil habitantes ello significó simplemente la exclusión de las mayorías de la política institucional. Los miembros de la Diputación de Minería y los concejales del Municipio eran en gran número extranjeros y aún existieron alcaldes extranjeros.
A diferencia de la ciudad minera colonial, la del siglo xix no conoció un fuerte poder estatal que sujetase a los mineros y comerciantes locales. Después de la instauración del período nacional una de las primeras consecuencias fue que la élite pasó al control virtualmente directo del poder político local. Desapareció entonces toda posibilidad de barreras institucionales que a nivel político estorbaran el desarrollo de la minería dentro de este ámbito. Cuando una autoridad local nombrada por el Estado, como prefectos y subprefectos e incluso autoridades militares, se enfrentaba a los intereses de la élite, difícilmente sobrevivía en su puesto frente a los ataques de ésta.
Si bien el patriciado local cerró filas frente a las clases populares o el Estado, cuando fue necesario, también sufrió de rupturas internas que lo dividían. A veces se expresaban sólo a través de ofensas más o menos públicas entre integrantes de diversas facciones (que, por ejemplo, apoyaban a distintos caudillos nacionales), que terminaban en el sangriento “terreno del honor” del duelo. Con ocasión de la ocupación chilena, en 1881, salieron a relucir las múltiples querellas dentro de la élite, de la misma manera como ocurrió en otras ciudades del país (Bonilla, 1980-cap. VI). Los “vecinos notables” de Cerro se habían pronunciado por el gobierno de Lima en contra del de Piérola, como manera de salvaguardar sus propiedades; una vez que las fuerzas pierolistas ingresaron victoriosas en la ciudad y se propusieron castigar a los líderes del movimiento de apoyo al gobierno de Lima:
“... de entre nosotros mismos saltan las infames delaciones, las calumnias groseras, los rencores privados, los odios de familia y todas las innobles pasiones, manchando reputaciones honorables completamente ajenas al movimiento del 6 (el 6 de abril fue el pronunciamiento de apoyo a Lima), como puede atestiguarlo la conciencia pública”
Una censura más importante fue la que tendió a establecerse entre extranjeros y nacionales en el sector minero. Las colonias europeas habían formado una “sociedad” cohesionada y progresista y, al margen de su lugar de origen y su cultura, sus miembros podían ser considerados como “nacionales” desde el punto de vista que no tenían más vínculos que los afectivos con el exterior; pero no supieron, si es que se lo propusieron, integrar a “los hijos del país” en su seno. Claro que las disputas fueron ocasionales y los mineros nativos sacaron a relucir una conciencia nacional en momentos que no revelarían sino un pleno oportunismo50. Con ocasión de la penetración de nuevos socavones y la instalación de las máquinas de desagüe, en 1862, los mineros nacionales vieron afectados sus intereses. Pero la Diputación, controlada por los mineros extranjeros, pudo imponer aquellos planes, lo que logró, para el colmo de la indignación del nacionalismo de los mineros del país, ¡con el apoyo del prefecto! Sólo 39 de los 98 miembros del gremio concurrieron a la asamblea decisiva; y sólo 17 eran nacionales. Estos optaron por retirarse antes de terminada la reunión, expresando luego con amargura su resentimiento contra los mineros extranjeros:
“... era de todo punto de vista imposible que los propietarios de Pasco, los que tienen amor al suelo en que nacieron y tienen fincada en él su fortuna, los que no abandonarán el país tan pronto como haya repletado su bolsa, los que crearon a costa de sudores y fatigas los fondos de que se pretenden disponer, consintieran en derramarlos para beneficiar sin resultado alguno para el país a algunos especuladores extranjeros.
Sin embargo, a partir de 1901 pudo verificarse que tanto extranjeros como nacionales no vacilaron mucho en vender sus minas al sindicato norteamericano. Al lado del español Miguel Gallo Diez, el inglés Jorge Eduardo Steel, las familias italianas y alemanas Languasco y Scheuermann, figuraron también los oriundos Felipe Salomón Tello, Romualdo Palomino, Elías Malpartida, la familia Ortiz, etc. (Thorp y Bertram, 1978:82).
La cultura fue otro de los distintivos de la élite. En efecto, para pertenecer a ella no bastaba con ser blanco, preferentemente europeo, y haberse ubicado ventajosamente en el comercio o la minería; tampoco era suficiente vivir en una casa acomodada y ser de la lista de “electores” reconocidos en Cerro de Pasco. Un elemento importante era participar de la cultura que definitivamente separaba a un blanco de un indio.
La élite organizó una cultura de cariz bastante europeo en la ciudad. La indumentaria, las maneras, la música, las comidas y las bebidas que frecuentaban expresaban este hecho: “... en este pueblo -se decía- ... los extranjeros dan la norma de todas las virtudes sociales”52. El vals vienés, las polkas y bailes españoles marcaban el ritmo en las elegantes fiestas de la élite53. Estas se verificaban con ocasión de matrimonios, la conmemoración de fiestas nacionales por parte de alguna de las colonias extranjeras, agasajos a algún visitante importante, y también en algunas ocasiones comunes a toda la población cerreña, como en las fiestas patrias y los carnavales. En estas ocasiones colectivas es que se hacía muy patente la no integración de los dos mundos culturales presentes en Cerro. Existía el carnaval indígena y el carnaval aristocrático. Mientras aquel era una fiesta pública que se celebrara en los barrios periféricos de la población, éste combinaba la fiesta pública con las reuniones exclusivas en domicilios particulares. Las calles y plazas del centro eran tomadas por las comparsas de la élite: “Desde el sábado a las 12m. principió a sentirse el movimiento consiguiente para la entrada carnavalesca del célebre Don Calixto XVII, quien se presentó en las calles de la ciudad con una numerosa cabalgata, que lucían elegantes disfraces, acompañados de una banda popular54. Quedaban los indígenas, entonces, sólo como el coro de las tragedias griegas, presentes pero definitivamente distantes de los hechos del drama. Luego del juego callejero se celebraban por las noches las exquisitas fiestas de la aristocracia: “En las noches del 9 y 10 algunas familias respetables abrieron sus salones para dar acogida en ellos a muy distinguidos jóvenes de nuestra sociedad, que llevaban costosos y elegantes disfraces”55. Durante la fiesta pública, la necesidad de contar con bandas musicales, integradas generalmente por mestizos y hasta indígenas, obligaba a la élite a la concesión de escuchar las célebres mulizas que así se convirtieron en uno de los pocos referentes culturales comunes a la población cerreña
El carácter europeo de la cultura también se expresó en el arribo frecuente, a finales del siglo, de compañías de zarzuela y óperas, provenientes de Lima o la propia Europa. Estas incluían, en sus giras por el interior, a Cerro de Pasco, y ofrecían varias funciones a un público cuya ocupación de empresarios mineros no le impedía deleitarse con “la verbena de la paloma”. El Minero Ilustrado comentaba así las funciones de la compañía española “Abella” en el invierno de 1899:
“La concurrencia ha tenido sus variantes en cuanto a número que por lo que respecta a calidad, siempre ostentan los palcos del alegre (teatro) portátil, las bellezas de la higue life (sic) de la sociedad cerreña, que en más de una ocasión nos hemos creído transportados a uno de los teatros de las riberas del apasible Rímac. Doquiera hayamos extendido la vista ha sido para admirar algún rostro encantador de sílfide mitológica, cuya delicada ‘toilete’ saturando la atmósfera de delicioso y delicado ambiente nos ha hecho transportar a regiones de lo ideal”
Sociedades dramáticas y filarmónicas se formaron en Cerro de Pasco como expresión del tono europeo de la cultura58, y el piano, a pesar de que debía ser transportado penosamente a lomo de mula desde La Oroya, distante a 130kms., o aún desde más lejos antes de 1893, cumplió puntualmente su función en la educación de las hijas y en la distinción de las viviendas de la élite.
El tiempo de ocio de este sector social se empleaba en deportes exclusivos como el tiro, las regatas y paseos en bote en la laguna de Patarcocha. En las rifas y los salones de juego los aristócratas eran los tahúres que perdían en una noche lo que habían acumulado durante semanas en la actividad minera. Tschudi (1966:263-64) no dejó de sorprenderse por:
“...la inclinación incontrolada por los juegos de azar. En pocos lugares se juega tan alto como en Cerro de Pasco. Desde las primeras horas de la mañana están en movimiento los dados y los naipes. El minero deja sus listas de pago, el comerciante su vara de medir, para reunirse a jugar un par de horas en el curso del día. De noche es casi la única diversión en las mejores casas de la ciudad. Los mayordomos de las minas, generalmente hombres jóvenes de buenas familias de la sierra, que han dirigido la punta durante el día, al caer la noche se sientan a la mesa verde y la abandonan solamente cuando oyen la campana que avisa que les toca el turno de bajar nuevamente a la galería”.
Los trabajadores en la cantina y los empresarios en el casino fueron, para algunos observadores como los viajeros europeos, el signo de una falta de disciplina o espíritu de acumulación, que tenía como fatal consecuencia el que la fortuna pasase a manos de quienes invertían menos productivamente el capital: comerciantes y “... los tahúres profesionales que nunca faltan”. (Tschudi, 1966: 264).
Un rasgo típico en la élite fue la exclusión de las mujeres de cualquier actividad laboral remunerada, con la excepción de la enseñanza del piano. Las señoras de la aristocracia empleaban su tiempo en la organización de obras de caridad y cultos religiosos, asociados a congregaciones religiosas y sociedades de beneficencia.
La alimentación de este sector también fue otro de sus rasgos distintivos. Ella no sólo era superior sino culturalmente distinta a la del sector indígena. Lo propio ocurría con las bebidas
En suma, la élite desarrolló una cultura que podríamos denominar con el nombre con que bautizaron a una de sus sociedades culturales: “cosmopolita”. El surgimiento de una activa e importante prensa local vino a coronar la naturaleza universal de su cultura.
Desde 1851, año de la conversión de la ciudad en capital departamental, registramos la aparición de la primera prensa periódica en Cerro de Pasco. Se trataba de “La Pirámide de Junín”, periódico oficial que por lo menos hasta 1862 ya había publicado 478 números62. En la década de 1880 aparecen varios otros, aún cuando destinados por lo general a una cortavida: “La Gaceta de Pasco”, “El Eco de Junín”, “La Unión”, “El chico-T”, “El Ronzal”, “La Opinión Nacional” y “El Progreso”, en cuyas páginas diferentes facciones de la élite se atacaron unas a otras y expresaron sus proyectos de desarrollo regional. A finales de 1897 apareció el periódico más importante, que vino a coronar brillantemente este desarrollo de la prensa: “El Minero Ilustrado”, de periodicidad bisemanal, cuya vida se prolongó hasta 1950
A través de la prensa, pero también a través de medios más sutiles como el propio lenguaje cotidiano, la élite monopolizó el derecho al discurso, situación que por lo demás fue facilitada por la presencia de un 75% de analfabetismo en el distrito de Cerro.
La élite cerreña, en síntesis, fue una pequeña oligarquía de origen europeo, con características estamentales, que debía gobernar a una vasta mayoría indígena culturalmente lejana. Ella monopolizó el acceso a todas las instancias políticas de la ciudad, incluyendo el derecho al discurso. Sus bases económicas fueron la minería y el comercio, actividades en las que desde mediados de siglo se enquistó una numerosa colonia europea. Esta desarrolló una cultura cosmopolita, más cercana a París y Londres que a los pueblos indígenas de donde provinieron los trabajadores que controlaban. Una fracción criolla, sin embargo, actuó como bisagra con el sector indígena y a través de ella emergieron tímidamente en la élite algunos elementos de la cultura popular, como la muliza y el carnaval católico.
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Indios y blancos en la ciudad minera: Cerro de Pasco en el siglo XIX1
Carlos Contreras